La persona.
El humo salía lento entre sus labios, labios que se mantenían sellados como las cartas que algún día le hubiese gustado quemar de su mente. Quemaba, porque ella quemaba; ella era fuego y a la vez se veía como el mismísimo hielo. Y era oscura, era una noche llena de estrellas donde sus ojos alumbraban más que la luna y su piel palidecía sin reparo. También era día, porque abrasaba. Cuando abrazaba pegaba todo su corazón y su ser al ser de la otra persona y dejaba fluir su energía abiertamente, no tenía tapujos cuando de dar amor se trataba. Ella, que siempre fue la mujer de hierro ante los ojos del vecino mirón y que de puertas para adentro entrenaba sus pupilas para no dejarse llevar por el aguacero de las 20:30, la peor hora según su agenda. Quizás te veas reflejada en ella, o quizás veas reflejada en ella a la mujer que te rompió el corazón algún día; quizás fuiste tú quien se lo rompió. La mujer de tus sueños, la mujer que admiras, la que extrañas, la que evitas, la que ama...