La persona.
El humo salía lento entre sus labios, labios que se mantenían sellados como las cartas que algún día le hubiese gustado quemar de su mente.
Quemaba, porque ella quemaba; ella era fuego y a la vez se veía como el mismísimo hielo.
Y era oscura, era una noche llena de estrellas donde sus ojos alumbraban más que la luna y su piel palidecía sin reparo.
También era día, porque abrasaba. Cuando abrazaba pegaba todo su corazón y su ser al ser de la otra persona y dejaba fluir su energía abiertamente, no tenía tapujos cuando de dar amor se trataba.
Ella, que siempre fue la mujer de hierro ante los ojos del vecino mirón y que de puertas para adentro entrenaba sus pupilas para no dejarse llevar por el aguacero de las 20:30, la peor hora según su agenda.
Quizás te veas reflejada en ella, o quizás veas reflejada en ella a la mujer que te rompió el corazón algún día; quizás fuiste tú quien se lo rompió. La mujer de tus sueños, la mujer que admiras, la que extrañas, la que evitas, la que amas, la que detestas, pero al fin y al cabo, la mujer.
Y créeme, hay una diferencia abismal entre una persona y LA persona. Alguna vez te has dado cuenta de ello?
No la dejes escapar. Ella siempre va a ser ella, no puede cambiar por ti ni por nadie. No puede cambiar ni por ella misma. Ella siempre va a ser libre, no tienes que atarla; para que no se vaya sólo tienes que comprender un poco esa personalidad extrema que empapa hasta los huesos. Sólo tienes que acariciarle el pelo cuando lo necesite y dejar que te acaricie también, o no. Tienes que saber que es grande, que su cuerpo no es inmenso pero sí su mente. Compréndela, y deja que te comprenda. Cuando diga que te da su palabra, no te fallará, y si no se la juegas, dejará siempre un empate entre ambos.
Ella es ella, y todas las grandes mujeres deberían ser admiradas por igual. Simultáneamente, también los grandes hombres deberían ser admirados. El hecho de ser grandes seres humanos, hombres y mujeres, nos hace dignos de seguir permitiéndonos el lujo de aplaudir quienes somos a la vez que mejoramos cada día. Nos hace dignos de enamorarnos cada mañana frente al espejo. Nos hace dignos de que nos sonrían con sinceridad y de que también se enamoren de nosotrxs al mismo nivel que ofrecemos.
Yo también soy "LA PERSONA".
Quemaba, porque ella quemaba; ella era fuego y a la vez se veía como el mismísimo hielo.
Y era oscura, era una noche llena de estrellas donde sus ojos alumbraban más que la luna y su piel palidecía sin reparo.
También era día, porque abrasaba. Cuando abrazaba pegaba todo su corazón y su ser al ser de la otra persona y dejaba fluir su energía abiertamente, no tenía tapujos cuando de dar amor se trataba.
Ella, que siempre fue la mujer de hierro ante los ojos del vecino mirón y que de puertas para adentro entrenaba sus pupilas para no dejarse llevar por el aguacero de las 20:30, la peor hora según su agenda.
Quizás te veas reflejada en ella, o quizás veas reflejada en ella a la mujer que te rompió el corazón algún día; quizás fuiste tú quien se lo rompió. La mujer de tus sueños, la mujer que admiras, la que extrañas, la que evitas, la que amas, la que detestas, pero al fin y al cabo, la mujer.
Y créeme, hay una diferencia abismal entre una persona y LA persona. Alguna vez te has dado cuenta de ello?
De cuantas vidas te rodeas y por cual de ellas darías la tuya?
No la dejes escapar. Ella siempre va a ser ella, no puede cambiar por ti ni por nadie. No puede cambiar ni por ella misma. Ella siempre va a ser libre, no tienes que atarla; para que no se vaya sólo tienes que comprender un poco esa personalidad extrema que empapa hasta los huesos. Sólo tienes que acariciarle el pelo cuando lo necesite y dejar que te acaricie también, o no. Tienes que saber que es grande, que su cuerpo no es inmenso pero sí su mente. Compréndela, y deja que te comprenda. Cuando diga que te da su palabra, no te fallará, y si no se la juegas, dejará siempre un empate entre ambos.
Ella es ella, y todas las grandes mujeres deberían ser admiradas por igual. Simultáneamente, también los grandes hombres deberían ser admirados. El hecho de ser grandes seres humanos, hombres y mujeres, nos hace dignos de seguir permitiéndonos el lujo de aplaudir quienes somos a la vez que mejoramos cada día. Nos hace dignos de enamorarnos cada mañana frente al espejo. Nos hace dignos de que nos sonrían con sinceridad y de que también se enamoren de nosotrxs al mismo nivel que ofrecemos.
Yo también soy "LA PERSONA".
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